CARMEN MORENO




Nací en Cádiz un día de invierno a las tres de la tarde. Esto quiere decir que ya desde el nacimiento tenía como objetivo en la vida molestar. Bueno, fue antes. Mi madre dice que fue el peor embarazo de los tres que tuvo (somos tres hermanos).
            Fui cabecilla de la pandilla de niños de la guardería (eso dice mucho de mí, ¿no creen?). Esta pandilla formada por cinco niños y yo, todos de entre dos y cuatro y con el afán de salvar a otros niños que eran hostigados por los tres matones de más de quince quilos.
            Me licencié, no sin trabajo, en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz. Nunca entendí el mal funcionamiento de una institución que, se suponía, albergaba lo mejor de la sociedad española. Con el tiempo, me di cuenta de que albergaba las mejores cuentas de ahorro de la sociedad española.
            Me recuerdo escribiendo desde siempre, desde los ocho años, edad en la que tuve una enfermedad que me mantuvo en cama seis largos meses. De ella me quedan  un modo de vida, la literatura,  y una afición, el fútbol (nobody is perfect).
            Un punto de inflexión en mi vida fue conocer al magnífico escritor gaditano, Fernando Quiñones, mi maestro. Con él llegó el conocimiento de escritores como José Hierro, Carmen Martín Gaite, Antonio Hernández, Felipe Benítez Reyes, etc… Fernando se convirtió, como ya he dicho, en mi maestro, pero también me enseñó una nueva forma de mirar mi ciudad. Él me aconsejó que no me fuera a Madrid, que aprovechara la paz de mi ciudad, pero mi instinto de no quedarme quieta, me trajo hasta la capital de España.

POEMAS

Hay una presencia
que no cohabita conmigo
sólo extiende su olor
y no me deja respirar.

Desentraño todos los misterios de las habitaciones contiguas. Todas las habitaciones se suceden mecánicamente.

Hay perplejidad y humo…
Un ser humano resuelto
a quemar las humedades
de mi cuarto de baño.

El agua que resbala por las paredes blancas. ¡Exilio! Es el grito de la intemperie. Lo que llevo en mi garganta… La mujer.

He decidido desvivirme lo vivido
y posponer las evidencias.
Luego, el cansancio
hará aposento aquí, a mi lado
y cerraré los ojos
y, tú, seguirás ausente.